miércoles, 22 de octubre de 2008

Un paseo seductor, por Martín Wullich

El singular espacio del IUNA (Instituto Universitario Nacional de Arte) no puede ser más atractivo para una pieza que resulta original, entretenida, con un muy parejo y buen nivel de actuaciones, que obedece a una ajustada dirección

Un par de chicas y otra que lo parece reciben al espectador -en el adoquinado patio de la casa del título- con una copa de vino, aclarándole que han devenido meretrices por circunstancias de la vida. Heredaron familiarmente ese lugar y no sabían bien que negocio poner, pues toda inversión resultaba muy costosa, así es como se les ocurrió que lo mejor era un lupanar.

Entre tanto conversan y conocen a los invitados de esa noche, mientras en una soga tienden a secar eróticas prendas que han formado o formarán parte de las fantasías de sus clientes. En algún momento invitarán a recorrer la casa para conocer al resto de quienes ofrecen sus servicios.

El público se dividirá de acuerdo a unos numeritos previamente acordados y subirán escaleras, avanzarán por oscuros pasillos, descubrirán rincones insólitos, y escucharán de boca de cada una de las prostitutas increíbles historias de sexo y vida. Algunas serán dramáticas, otras divertidas, las habrá también reflexivas, solidarias, masoquistas, inocentes y perversas. En los 60 minutos que dura el recorrido, las prostitutas se mostrarán sin ambages, necesitadas como lo están de que alguien las escuche y puedan confiar sus secretos más privados y sus intimidades más sorprendentes, en aras de un cariño que quién sabe si alguna vez llegará.

Cada una de ellas es completamente distinta de la otra, como lo son los espacios, las naturales escenografías, el vestuario que las caracteriza, y una puntual iluminación que parecería penetrar en estos personajes de historieta con visos de existencias casi siempre complicadas.

Son 14 intérpretes que, en esta Casa de citas, citan los atractivos textos de Marosa di Giorgio y Alejandro Urdapilleta, base de la idea hábilmente dirigida por Analía Couceyro y Ramiro Lehkuniec.

Y lo hacen corporizando concienzudamente a cada buscona, otorgándole la impronta de su personalidad y sucesos vividos. Acercarse a este apetecible burdel es una experiencia amena e incitante.

Martin Wullich

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